Los desastres de la guerra (San Bartolomé durante la ocupación francesa 1809-1814)

Para las pequeñas aldeas y villas abulenses como San Bartolomé de Pinares, debieron de pasar prácticamente inadvertidos los acontecimientos de la “gran historia” acaecidos durante los años de la invasión napoleónica y la guerra contra el intruso. Nombres como Godoy o Wellington, lugares como Bayona, las idas y venidas del rey “deseado”; si acaso llegaron a nuestra Villa lo hicieron como el eco de un lejano grito. Lo que sí experimentaron sus habitantes de forma virulenta y con excesiva resignación fueron las consecuencias de la ocupación de los franceses.

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En el mes de enero de 1809 llegaron las tropas francesas ante las murallas de Ávila. Eran más de quince mil soldados al mando del mariscal Lefebvre, duque de Dantzick, que a su paso dejaron desolación, incendio y ruina. Especialmente sangrientos fueron los sucesos de Arévalo y Arenas de San Pedro en los primeros meses del mismo año, que fueron repetidos, sin duda, en muchos de los pueblos por donde fueron pasando las tropas napoleónicas. Los habitantes del Tiemblo se vieron envueltos en incendios, fusilamientos y todo tipo de ultrajes, incluido el saqueo de su templo parroquial.


San Bartolomé no estuvo ajeno a las tropelías de la soldadesca gala. El primer episodio de su nefasta actividad tuvo lugar en Navagallegos en el mes de febrero del mismo año. Los escasos habitantes del anejo, ante la proximidad de los franceses y la fama que los precedía, tuvieron que huir a la vecina Villa. De esta forma dejaron abandonado el caserío, que fue arrasado al paso de los soldados. Desde este momento Navagallegos desaparece como lugar habitado. Días más tarde llegaron y ocuparon San Bartolomé donde sus habitantes sufrieron indefensos “robos en sus casas, ejecuciones militares, multas, y otros castigos”.
Desde este momento nuestra Villa se vio sometida a un tremendo y abusivo proceso de esquilmación. Durante los meses de febrero a septiembre fueron tantos los envíos de suministros que se hubieron de hacer para abastecer a los destacamentos franceses, que el ayuntamiento y el vecindario decidieron enajenar fimcas de propios y terrenos del común para seguir haciendo frente a las exigencias del intruso.


Las dificultades para enviar los víveres que exigen los franceses van siendo cada vez mayores. Las cosechas de este suelo, “de suyo estéril y miserable”, durante los años 1808 y 1809 han sido muy pobres, y, además, la rapacidad de los soldados está causando estragos en las viviendas de los vecinos. Este es el motivo por el que es bien acogida por todos la medida adoptada para la venta de terrenos. Así podrán vender sus bienes muebles y ganados que eran objeto de hurto por parte de las tropas.


La situación se agrava sobremanera cuando el día 9 de Julio de 1810, se recibe una orden de don Manuel García, contador Principal e Intendente de Ávila, que urge al ayuntamiento a que en plazo de cinco días pague parte en una contribución especial impuesta para todo el país por el mariscal Duque de Dalmacia. La suma total a pagar es de 54.731 reales entre los 239 vecinos. Esto se sumaba a la contribución ordinaria de la Villa, que ascendía a 12.237 reales.


Por otra parte se exigían al pueblo cantidades de dinero y suministros cada vez mayores para atender las necesidades del ejercito español. Finalizada la guerra, el escribano Juan Lorenzo Fernández da cuenta de lo elevadas que fueron estas aportaciones: 216.272 reales y 31 maravedíes. Además, en estos años empiezan a surgir las partidas de civiles que se van a oponer al invasor por el sistema de guerra de guerrillas. Nuestros campos fueron lugar frecuente de su cobijo y, en multitud de ocasiones  fueron provistos de comida y cuanto necesitaron por los habitantes de San Bartolomé.  El año 1813 fue un año especialmente problemático.
Ante las urgencias decidieron  llevar a efecto la venta de terrenos de propios y comunes, empezando por el corral de Sotillo, Cañamar, Mantifierro, el Moñiguero, Espinillos, el Madroño, Chorrito del Valle, Arroprado, Umbría del Roble y hasta doscientos terrenos más entre tierras de labor, huertos, montes y eriales, a fin de obtener las sumas requeridas y evitar sobre el pueblo multas y fusilamientos. Igualmente debieron de ser vendidas las casas que en el casco urbano poseía el ayuntamiento, entre otras, la taberna. Para llevar a cabo estas ventas se forma una comisión compuesta por los justicias y ayuntamiento de ese momento, presidida por los alcaldes Andrés García y Pedro Herradón. Las ventas se efectuaron por el procedimiento habitual: tasación previa, subasta pública y remate posterior.El valor de todas las fincas vendidas fue de 50.911 reales, correspondiendo 42.300 a fincas del común.


La Iglesia contribuyó de forma decisiva a aliviar el sufrimiento del vecindario por estos impuestos, como antes se ha sugerido. Se tomaron objetos “que pudieran ser vendidos”, tanto de la Iglesia como de las ermitas, y se vendieron parte de sus fincas, así como todas las fincas capellanías.


Además, nuestro templo hubo de sufrir otra usurpación de algunas de sus mejores obras de orfebrería. El 16 de agosto de 1808 José I firmó en Miranda de Ebro un decreto por el que imponía a la Iglesia un empréstito a favor del Estado que ascendia a 100.000.000 de reales y nadie podía excusarse de pagar su parte.
Con tal tenacidad se exprimió a esta población que la desolación y la miseria fue lo único que quedó tras la expulsión del intruso. Como en toda la provincia, el siglo entrante quedaría definitivamente marcado por los desastres de la guerra.

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Bibliografia:

San Bartolomé de Pinares. Memoria y prospectiva. Diego Martín Peñas, Alberto Sáez Gordo y Francisco Javier Luis Jiménez. Institución Gran Duque de Alba. Ávila, 1997.


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